10 jul 2013

L'amour c'est gai - CAP. 1

Llegó en forma de postal, sin encartar, y con las esquinas del cartón inevitablemente dobladas. Llegó en la mañana, cuando el correo, y esperó pacientemente en el buzón hasta que fue recuperada en la noche.
Fotografía de Assassin de la police @Flickr

En la postal había una imagen de varios preservativos de diferentes colores y tamaños colgando de una cuerda. El juego visual era divertido, a modo de ropa limpia. El remitente de la carta: mi suegra.

Subí en el ascensor esbozando una sonrisa de la cual no fui consciente hasta que vi mi reflejo en el cristal de la puerta. Sonreí más al verme en aquella extraña situación. No pude evitar pensar en la imagen de mi septuagenaria suegra comprando esta postal y menos aún en la sonrisa del vendedor o vendedora cuando la compró.

Cuando llegué a casa dejé la postal sobre el taquillón de la entrada, junto a las llaves. Me descalcé justo apoyado en la puerta y me dirigí directamente al vestidor. Me desnudé y miré mi cuerpo en el espejo. Primero acaricié el vello de mi pecho. Estaba largo y era frondoso así que me detuve a jugar con él arremolinándolo en mi dedo índice. Bajé la mano hacia mi vientre, hinchado, y lo froté en círculos como supongo que haría una mujer embarazada. Miré de nuevo al espejo y mi sonrisa ya se había marchado. Mis grandes ojos, en el reflejo, transmitían miedo, preocupación, o fatiga. No lo sé.

Desnudo desde el vestidor me fui al baño de nuestra habitación, abrí el grifo de la ducha y me metí dentro sin pensar a penas en si tendría una toalla limpia a mi alcance. Me enjaboné el cuerpo como siempre, rompiendo el gel de ducha sobre mi pecho para que el vello se encargase de hacer un buen mantel de espuma con el que recubrir mi cuerpo. Champú y suavizante, rápido aclarado en el que siempre me olvido de sacarme la espuma de debajo de las axilas. Salté afuera y observé mi pelo mojado cayendo sobre mi cara en el gran espejo del baño.

Con mi piel seca, seco el pelo con la toalla, y con la toalla mojada hidraté mi piel con una crema que prometía, además, darle un tono más bronceado a mi lechosa piel. Extendí con un desganado masaje la crema y cuando llego a la barba de mi cuello me detuve y pensé
que quizás debería quitarla.

[Continuará]

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