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6 abr 2015

Final de una era, final de este blog

 [Modo dramático activado. Lee esto con un fondo de violines tristes]

En 2004 decidí dejarlo todo y mudarme a Barcelona. Empecé una nueva vida entre olores de gasolina y bips-bips de supermercado. Unos inicios complicados en los que los mayores sufridores fueron mis padres. Aunque la distancia entre València y Barcelona es muy pequeña, el síndrome del nido vacío fue inevitable.

Robert Barber Blogger
La última vista antes de irme de Barcelona

10 jul 2013

L'amour c'est gai - CAP. 1

Llegó en forma de postal, sin encartar, y con las esquinas del cartón inevitablemente dobladas. Llegó en la mañana, cuando el correo, y esperó pacientemente en el buzón hasta que fue recuperada en la noche.
Fotografía de Assassin de la police @Flickr

En la postal había una imagen de varios preservativos de diferentes colores y tamaños colgando de una cuerda. El juego visual era divertido, a modo de ropa limpia. El remitente de la carta: mi suegra.

Subí en el ascensor esbozando una sonrisa de la cual no fui consciente hasta que vi mi reflejo en el cristal de la puerta. Sonreí más al verme en aquella extraña situación. No pude evitar pensar en la imagen de mi septuagenaria suegra comprando esta postal y menos aún en la sonrisa del vendedor o vendedora cuando la compró.

1 jul 2013

El Santito (CAP. 3)

Con el aerosol aún en las manos y la mirada en el aire, mi compañero reía a mandíbula batida pensando que me había dado de pleno en la cara. Detrás de mi, en silencio, con el semblante serio pero una ceja arqueada, estaba Dani "el Pelirrojo".

Rubén, ese era su nombre, abrió los ojos, y cuando se dio cuenta de que había fallado, volvió a apuntar a mi cara. "No te escaparás esta vez", dijo con sobrada socarrenería. Justo en el momento en el que se disponía a rociarme con el Reflex en la cara, Dani que aún asía mi mano, me arrancó de entre los dedos la botella de perfume rellenada de vinagre blanco. Me giré al darme cuenta del hurto y vi cómo se la guardaba en la cartera a un compañero al que llamábamos "el Conejo". "¡Date la vuelta, chulo, que vas a ver ahora!". Pero en ese momento entró el profesor en clase y castigó al "vinagro-mentolado" compañero.

30 jun 2013

El Santito (CAP. 2)

Dani, ese era su nombre. Él me bautizó como "El Santito" y así me llamó durante los años restantes hasta que, al adentrarnos a la adolescencia, ambos marchamos a institutos de bachiller diferentes.

Foto de a_marga @Flickr
Sinceramente, queridos lectores, confieso que no tenía ni vergüenza, ni rabia, al hecho de que me hubiera puesto un apodo. Habían apodos mucho peores en la clase: "El Negro" para un chico de tez oscura, "El Cabra" para un chico con un pelo rizado y áspero o "Dumbo" para el que era mi mejor amigo y un poco orejotas.

En el colegio es fácil tener apodos, tener amigos, y sobre todo enemigos. Pero aunque el carácter de él daba miedo a muchos de mis compañeros Dani no era una persona sin amigos, ni tampoco estaba exento de su apodo: "El Pelirrojo"

29 jun 2013

El Santito (CAP 1)

Él era pelirrojo, pecoso, y extremadamente nervioso. No era de la ciudad, sino de un pequeño pueblo a unos 20 kilómetros de donde estudiábamos.

He de decir en primera instancia que era, o es, una muy buena persona. Sí, era muy bueno al menos aquel tiempo en el que le conocí. En cambio había algo en él que hacía que los demás lo juzgaran como alguien malo.
Foto de a_marga @Flickr

Nosotros éramos alumnos de séptimo año de la  EGB. La palabra con la que le bautizaban los adultos era: "Travieso". Nosotros como niños entendíamos que era una persona mala.
Ese matiz de intención que nos hace ser malos o traviesos no se aprecia hasta cuando uno es adulto.

Recuerdo que me miraba siempre con sus ojos vivos, grandes y marrones. Me miraba esperando a que yo dijese alguna cosa. Creo que en el fondo yo le caía bien. En cambio mi actitud con él fue siempre más bien distante, porque me decían que era malo, y yo me tenía que portar bien. No me debía dejar influenciar.

Yo era rubiete, de piel clara y un carácter educado, reservado... Aunque sí que era de la ciudad mis padres me dejaban poco tiempo libre en ella. Recuerdo con claridad cuando me sacaban del colegio con el coche, y me llevaban a la casa de campo a pasar todo el fin de semana.

Mis padres se esforzaron en que pareciese una buena persona, que tratase de usted a los adultos y diese ejemplo de buenas maneras. Fue un gran trauma para mi, cuando mi madre ese mismo año me había obligado a cortarme el pelo tan corto que desapareció el rubio de mi cabeza.

Buen chiquillo, decían de mi. Para mi era una recompensa a la actitud que todos esperaban. Para algunos de mis compañeros yo era alguien aburrido, mimado por mi buen comportamiento.
Eso es algo que no entiendes hasta que eres adulto y asumes que ser bueno para unos, no lo implica para otros.

Recuerdo que miraba al demonio pelirrojo y tenía miedo a que me dijera algo malo. Pero a pesar de eso nunca fue grosero conmigo, ni me gastó ninguna broma pesada. En el fondo creo que le admiraba. En cambio su actitud a veces era injusta, pues me veía como alguien bueno y, comparado con él. Yo era "El Santito".

10 abr 2013

Café, café

Recuerdo, cuando tenía veinti-recientes años, que estando en Estados Unidos me sorprendió el hecho de que la gente tomaba el café en grandes vasos de cartón. Lo hacían andando por la calle con semblante serio, y un paso ligeramente acelerado. Salían de una especie de "fast-coffee shops" que vendían el café como si fuera agua.

Una tarde fuimos a cenar a un restaurante asiático y me pedí unos fideos de arroz con brócoli. Picaban como si no hubiera un mañana, pero al final, con los labios hinchados como Carmen de Mairena, decidí sentenciar que a pesar de mi hambre infinita no eran de mi agrado.

14 feb 2013

¿Por qué duele el amor?

Duele porque se desliza entre tus pensamientos, araña tu piel, quiebra tus rotulas y te postra ante lo estúpido.
Duele porque se escurre entre tus dedos, se incrusta bajo tus uñas, cae sobre tus pies, y te pega al suelo.
Duele porque se escapa por la puerta, suena a portazo cuando hace horas que ya se ha ido, y te atrapa dentro de tus propios errores.
Duele porque te hace divino, te torna todopoderoso, te convierte a su religión y te condena a lo humano.
Amigos, por eso duele el amor, sólo y únicamente por eso.

La Sabiduría popular en Twitter dice: "#SanValentín, como el día de Navidad, consta de animales con cuernos cargando regalos"

Te amo hasta tal punto... que no sé cuanto seré capaz de odiarte

"Hacía frío a esas horas de la mañana. La noche había sido un desastre y ambos regresábamos apestando a tabaco, con dolor en los pies, y dolor en el corazón. Durante varias horas habíamos evitado el tema, pero esa rabia que contenía desde las seis de la tarde salió de mi como un chorro de ira en su cara."

Me había vestido con desgana, de hecho me maquillé un par de veces porque la primera vez no me vi guapa, la segunda me vi "pepona", y la tercera sirvió para intentar reparar el desastre y hacerle esperar en la puerta. Premeditadamente le odié desde las 6 de la tarde.

Cuando estábamos en el ascensor me tiré un pedo, sí, lo hice pensando en desagradarle, pero aquello le hizo una gracia infinita y se rió de mi. Antes de que hubiéramos bajado un sólo piso más él se tiró otro pedo y dijo: "estamos en paz".

4 feb 2013

La habitación de ciertopelo (II)

El espejo en el suelo parecía sollozar una respiración anómala, pero no dio crédito a sus oídos. Se acercó hacia él, aún reclinado en el suelo, y se dispuso a arrancar el papel de forma ansiosa. El espejo envuelto en papel kraft era el elemento más preciado de su extraña construcción, por un segundo caviló, y finalmente decidió abrirlo con el respeto y ceremonia que requería.

Mientras deshojaba el espejo sentía un extraño frío en su espalda que le llevo varias veces la mano a su nuca. En realidad sentía como si hubiera alguien detrás suyo esperando a desenvolver aquel artefacto.

Este pensamiento le pasó sólo media décima de segundo por su mente, el horror le bloqueó por unos segundos y tembló. Tomó aire, lo retuvo, exhalo con valentía y borró el pensamiento.

8 ene 2013

La habitación de ciertopelo (I)

Ilustración de Sussane Van Shaick
El decapante había logrado sacar todo el adhesivo que quedaba en la pared de aquella habitación. El olor a químicos le revolvía el estómago, pero aunque podría haber vomitado hasta el último de sus jugos, la ausencia de alimento en varias horas le había salvaguardado de tan incómodo momento.

La ventana estaba cerrada, no había apenas ventilación que pudiera darle algo de aire fresco. Pensó que sellar la ventana con cola y cubrir los cristales con pintura negra, había sido demasiado precipitado.

21 dic 2012

Querida Rose, querida Eva, querida amiga

Querida amiga:

Me encontraba ayer tomando un café... bueno, llevaba menta, y hielo, y algo parecido a tabasco pero que no lo es, también llevaba pajita, y mucho hielo. Creo que no llevaba café, lo digo porque no vi la cucharita...

¿Por dónde íbamos? ¡Ah sí! Estaba ayer tomándome algo con una amiga con la excusa de despedirnos por Navidad. Ella tomaba mi mano izquierda entre sus dos manos y aunque sé que me miraba fijamente, con la cabeza ladeada, buscando mi mirada, yo escondía la mía en un posa-vasos roñoso.

Me llegó tu triste mensaje. Tenía dos paréntesis hacia abajo en el smiley, lo cual quiere decir que estabas muy muy triste. Quise responderte en ese momento, pero pensé que ninguna de mis palabras podrían servirte de consuelo en ese instante. Por eso, sólo por eso, escribo esta carta. Quiero que, querida Eva, hoy sonrías, que hoy empieces a ser feliz.

3 nov 2012

Esta semana he hablado de...

Estos son los artículos que he publicado esta semana, número 44, en diferentes publicaciones: El País (La Mirada Bizca), Espai Dos Punt Zero, Geoda Blog, PuroMarketing. Deseo que les gusten, me encantaría que los compartiesen, sería justo que los comentasen.

3 ago 2012

El hombre que no podía amar (4)

Rapsodia 7. (precedida de Rapsodia 5)

Había estado durante horas monitorizando las expresiones de mi cuerpo. Algunas frente al espejo, otras tantas delante del ordenador.
 No sabía bien como podría reaccionar ante el encuentro, por una parte la conversación telefónica había denotado interés por su parte, por la otra me transmitió una importancia exagerada para una simple cita. 
La palabra cita remordió en mis quehaceres durante el tiempo en el cual me preparaba.

Por una parte no quería darle nombre, por otra existía un deseo que no pude alcanzar a entender.

 Preparé mis mejores ropas, aquellas que en la maleta habían sufrido menos vaivenes del tren, y sobre la cama, intenté combinarlas para que pareciera atractivo y natural. Si fuera disfrazado a aquella cita no iba a dejarle ver en qué me había convertido.
¿Recordaría aquel mal-nombre que me dieron en la escuela?


Observé el reloj, tictaba de una forma irregular, mi percepción me decía que iba a una velocidad mayor de la que posiblemente debería. Ya era casi la hora y no me quedaba tabaco.


Me vestí y salí corriendo, era hora de ir a por más.

- - -


El Hombre que no podía amar y la mujer que mató a Darwin es la última novela de Robert Barber.

Las relaciones afectivas pueden engendrar vínculos más allá del tiempo y del espacio. A través de dos personajes completamente diferentes como son una doctora adicta al trabajo y de un huraño escritor recluido en una ermita, nos adentramos en las obsesiones del Ser Humano.
Ella está dedicada a la medicina decide quedarse embarazada a una muy avanzada edad sometiéndose a El Proceso. Él quien escribe en la soledad desde hace 50 años recibe una extraña visita de alguien a quien conoce, pero que no recuerda.
Estas rapsodias forman parte de la introducción a la historia.

2 ago 2012

El hombre que no podía amar (3)

Rapsodia 7. (precedida de Rapsodia 5)

Había estado durante horas monitorizando las expresiones de mi cuerpo. Algunas frente al espejo, otras tantas delante del ordenador. 
No sabía bien como podría reaccionar ante el encuentro, por una parte la conversación telefónica había denotado interés por su parte, por la otra me transmitió una importancia exagerada para una simple cita.

La palabra cita remordió en mis quehaceres durante el tiempo en el cual me preparaba. Por una parte no quería darle nombre, por otra existía un deseo que no pude alcanzar a entender.

 Preparé mis mejores ropas, aquellas que en la maleta habían sufrido menos vaivenes del tren, y sobre la cama, intenté combinarlas para que pareciera atractivo y natural. Si fuera disfrazado a aquella cita no iba a dejarle ver en qué me había convertido.


¿Recordaría aquel mal-nombre que me dieron en la escuela?
 Observé el reloj, tictaba de una forma irregular, mi percepción me decía que iba a una velocidad mayor de la que posiblemente debería. Ya era casi la hora y no me quedaba tabaco.
Me vestí y salí corriendo, era hora de ir a por más.

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El Hombre que no podía amar y la mujer que mató a Darwin es la última novela de Robert Barber.

Las relaciones afectivas pueden engendrar vínculos más allá del tiempo y del espacio. A través de dos personajes completamente diferentes como son una doctora adicta al trabajo y de un huraño escritor recluido en una ermita, nos adentramos en las obsesiones del Ser Humano.
Ella está dedicada a la medicina decide quedarse embarazada a una muy avanzada edad sometiéndose a El Proceso. Él quien escribe en la soledad desde hace 50 años recibe una extraña visita de alguien a quien conoce, pero que no recuerda.
Estas rapsodias forman parte de la introducción a la historia.

1 ago 2012

El hombre que no podía amar (3)

Rapsodia 5. (precedida de Rapsodia 3)

Ya disfrazado de la persona normal en la que me había convertido bajé por la calle aprisionando el paquete de tabaco, estrangulando de forma hipotética los cigarros que allí se contenían.

¿Habría suerte? ¿Sería un capullo o sería cualquier otro tipo de flor?

Caminé asfixiando mi dosis de nicotina mientras me parecía que alguien me llamaba, y yo dentro de mis pensamientos seguí caminando sin querer salir de ellos.



Llegué al punto de encuentro y una mano pesada aterrizó en mi espalda con la suavidad de una corteza de pino, giré mi cabeza para observar a aquel individuo.



- Creo que te equivocas. - Espeté.

Y tras unas cuantas explicaciones insulsas de cómo nos habíamos conocido en un pasado que yo casi había olvidado, le estreché la mano de forma distante.

Observé hacia el punto de encuentro y Ahí estaba él, con una mirada entre perpleja y alegre, y con una sonrisa entrecortada, comedida posiblemente por los nervios. Estaba endemoniadamente guapo, lo encontré tan enternecedor que la brusquedad con la que me estaba despidiendo de aquel engendro me hizo mirarle por un momento a los ojos y le reconocí.
 Situé al nosferatu en mi pasado con unos años menos, unos kilos menos, y un poco más de todo lo demás, por ejemplo pelo.



Una vez despedida la molesta casualidad, me acerqué hasta él, le mire a los ojos y subí al coche.

 Nuevos recuerdos llegaron a mi mente, y de cierta manera se acababa de abrir mi propia Caja de Pandora, esta vez llena de adolescencias.
 Arrancó el coche y sin saber dónde meter mis brazos sólo pude cruzarlos al tiempo que escondía los pitillos en el bolso.



- Preferiría que no nos vieran juntos, no sé si lo comprenderás. - Me dijo de una forma humilde. En otra ocasión me hubiera bastado para ofenderme, saltar del coche o hacerle el haraquiri con el cambio de marchas.

Me sentí en ese momento muy mal. Él sentía lo mismo que yo respecto al engendro. Se avergonzaba de mi y el karma me lo había demostrado con una diferencia de menos de un minuto. Fue muy aleccionador.

Entramos en un restaurante de comida rápida y subí al coche de nuevo con nuestro menú de presentación de los recuerdos.

Arrancó de nuevo el coche y nos dirigimos a la vieja casa de campo de mis padres.


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El Hombre que no podía amar y la mujer que mató a Darwin es la última novela de Robert Barber.

Las relaciones afectivas pueden engendrar vínculos más allá del tiempo y del espacio. A través de dos personajes completamente diferentes como son una doctora adicta al trabajo y de un huraño escritor recluido en una ermita, nos adentramos en las obsesiones del Ser Humano.
Ella está dedicada a la medicina decide quedarse embarazada a una muy avanzada edad sometiéndose a El Proceso. Él quien escribe en la soledad desde hace 50 años recibe una extraña visita de alguien a quien conoce, pero que no recuerda.
Estas rapsodias forman parte de la introducción a la historia.

31 jul 2012

El hombre que no podía amar (2)

Rapsodia 3. (precedida de Rapsodia 1)

La cena transcurría de forma amena.
 Yo trataba de no hablar demasiado y el índice de masticadas por pausa en la conversación, era un excelente medidor de atención.

Hubo un momento en que dejé de escucharle y mi voz en mi cabeza me decía: "Te interesa lo que él dice". 
Esta anomalía no era frecuente pues es fuerte mi complejo de no escuchar.

Por alguna extraña razón, que aún no sabría justificar, bebía de sus palabras mientras masticaba de la comida para no interrumpirlo jamás.



Cuando acabamos lamenté no tener un postre y endulzar un poco aquel bobalicón y romántico momento, aunque pensé que tal vez solo para mi era bobalicón y él hubiera echado de menos algún chocolate.



Salimos a pasear hasta la piscina, el reflejo de la luna no resultaba en absoluto romántico sobre las estancadas aguas, pero en cambio su fuerte luz iluminaba los campos de una resplandeciente plata dándoles así una nueva vida.


No me atreví a tocarle, ni tan solo un roce amistoso de mis dedos sobre sus brazos, y llegamos a la puerta de la casita que hay en la piscina.
 Seguimos hablando, en este momento me contaba detalles insulsos de su familia que a mi me parecían versos garcilianos.

No podía evitar pensar en cómo se parecían nuestras vidas. 
Toda la vida juntos e ignorados, era algo que me parecía hasta de lo más exquisito, y mientras le miraba veía en su cara los ojos de niño que un día conocí.
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El Hombre que no podía amar y la mujer que mató a Darwin es la última novela de Robert Barber.

Las relaciones afectivas pueden engendrar vínculos más allá del tiempo y del espacio. A través de dos personajes completamente diferentes como son una doctora adicta al trabajo y de un huraño escritor recluido en una ermita, nos adentramos en las obsesiones del Ser Humano.
Ella está dedicada a la medicina decide quedarse embarazada a una muy avanzada edad sometiéndose a El Proceso. Él quien escribe en la soledad desde hace 50 años recibe una extraña visita de alguien a quien conoce, pero que no recuerda.
Estas rapsodias forman parte de la introducción a la historia.

26 jul 2012

La Paciencia de Penélope

No me vas a hacer más feliz de lo que fui, ni más torpe, ni más nocturno de lo que soy. No voy a cambiar de costumbres por ti, y sé que algunas ya deberías haberlas cambiado.

El Idiota.


Penélope bajó las escaleras del edificio acariciando con las yemas de sus dedos las paredes algo raídas. Bajó casi sin querer mirar por dónde estaba caminando, porque entonces se daría cuenta de que estaba huyendo. La huida no era algo racional, y a ella este acto irracional se le escapaba.

La luz, realmente tenue, de los rellanos, le cegaba como si se tratase del flash de un impertinente paparazzi. El dolor en el fondo de sus ojos le estaba atontando, algo malo le estaba pasando.
Cuando llegó al final de la escalera se detuvo y cerró los ojos.

19 jul 2012

El hombre que no podía amar (1)

Rapsodia 1.

Mi dedo índice acariciaba su codo. Casi podía sentir la fricción de mi huella dactilar contra la suavidad de su piel.
Mis ojos, que lejos de parecer sensuales, estaban clavados en los suyos con una mezcla de sorpresa y terror. Cundo unimos nuestras miradas rehuí hacia el infinito de mis pies.
Quería darle un beso y así liberar los martillazos que profería mi corazón contra mi pecho. Quería poder volver a abrazar su cuello y disfrutar del olor de su piel.
Ese olor tierno y casi infantil me embriagaba de una forma adictiva, y que a penas llegaba a penetrar mi cuerpo acuciado por una asfixia contenida.



Me atreví un par de veces a mirar sus ojos, a desearlos, pero entonces venían a mi mente cientos de imágenes del pasado, recuerdos que seguramente compartíamos de forma anónima y que una caprichosa cámara oculta podría haber firmado desde dos ángulos: el de mi infancia y el de la suya.



Me había pasado media vida esperando a encontrar una media naranja y pensando que la encontraría en otro huerto. El destino caprichoso, con sus devenires, nos presentó en dos ocasiones, en dos momentos que nos condenarían a esperar hasta un tercero casi al final de nuestras vidas.


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El Hombre que no podía amar y la mujer que mató a Darwin es la última novela de Robert Barber.

Las relaciones afectivas pueden engendrar vínculos más allá del tiempo y del espacio. A través de dos personajes completamente diferentes como son una doctora adicta al trabajo y de un huraño escritor recluido en una ermita, nos adentramos en las obsesiones del Ser Humano.
Ella está dedicada a la medicina decide quedarse embarazada a una muy avanzada edad sometiéndose a El Proceso. Él quien escribe en la soledad desde hace 50 años recibe una extraña visita de alguien a quien conoce, pero que no recuerda.
Estas rapsodias forman parte de la introducción a la historia.

15 jul 2012

El silencio de tu nombre

Calle Bonaire, València.

El silencio se escucha sólo cuando replican aquellas viejas campanas de histórico metal. En ese momento tumbado en la cama, en el que esperas que nada pase, en ese momento es cuando él aterriza en mi mente.

El pensamiento es efímero pero mis músculos relajados descubren que el contorsionismo en el colchón me libera de cierta tensión que ignoraba. Con este leve placer arrincono su imagen y la vuelvo a recuperar cuando relajo los músculos.

Creo que algo mal hicimos los dos, pero no sé qué. Por contra aún pienso que las consecuencias de esto las estoy pagando yo.

¡Basta de victimismo! - Me digo a mi mismo queriendo retomar el camino chueco. Hay que enderezar esto. Y de repente la tensión de una noche, el pensamiento sobre él, la imagen de sus labios, el recuerdo de sus besos, el olor... De mi imaginación... Enderezaron otra cosa que no la situación.

Giro mi cuerpo contra el colchón para que el resto de los habitantes de la habitación no vean que había decidido acampar.Es el momento de empezar a olvidar su nombre. Y entonces escucho el pulso que golpea en alguna arteria cerca de mi oído. Su molesto bateo me incomoda y cuando pienso en darme la vuelta para huir de él, me.vuelvo a acordar de la torre Eiffel.

Con la dureza del momento encuentro cierto alivio presionando mi cadera contra el colchón. Lo hago despacio porque no quiero que ninguno de los habitantes noten aquél embarazoso momento.
En el silencio del momento vuelvo a oír el replicar de las campanas. Hoy es domingo y el Señor llama a sus fieles.

¿Fue la fidelidad el problema? No hubiera nunca pensado en ello, pero él lo hizo. Pensó que era mejor dudar que creer. Por Cristo prometo que le fui fiel de obra y pensamientos.
A mi mente regresa de nuevo su mirada, coronada con un nerviosismo del primer día. ¿Cómo te llamas?

"A mi me llaman , y claro a mi mismo no me llamo. Cuando me llamo digo Yo. Es un acto egoísta, porque todos nos llamamos yo. El valencià tiene esta curiosidad, la de afirmar "a mi em diuen". Pero es un intento de evitar que todos nos llamemos Yo".

En el silencio ahogué su nombre y la caricia de mi compañera en la cama me hizo volver a poner la cabeza en el suelo y los pies al aire.

En ese momento, de silencio, cesaron de replicar las campanas

Quince de julio de dos mil doce